Yo solía pensar que la oración consistía en doblegar a Dios a mi voluntad. En mis momentos más oscuros, suplicaba desesperadamente para escapar del dolor, el miedo y la abrumadora incertidumbre. Esperaba persuadir a Dios para que cambiara mis circunstancias, pero me equivoqué por completo... En mi momento más oscuro, me di cuenta de que el verdadero poder de la oración no era cambiar a Dios, sino permitir que Dios me cambiara y entregarme a la circunstancia en cuestión.
La oración fue el fuego que me refinó, que quemó mis deseos egoístas y mi obstinada necesidad de control. En la oración, no recibí la hoja de ruta hacia mis sueños, sino un espejo que me permitía ver mi alma.
" Quiero hacer tu voluntad, Dios mío; tu ley está en medio de mi corazón. " - Salmo 40:8
La oración es un campo de batalla. Es donde lucho con mi carne, donde dejo mis planes y mis miedos. Es donde recojo la paz y la perspectiva de Dios. Es donde muero y resucito.
Dos años de entrega me han enseñado esto: la oración no calmará la tormenta, pero anclará tu alma a través de ella. No quitará las espinas, pero te transformará en una rosa. La oración es donde la debilidad encuentra fuerza, y donde descubro continuamente que Su gracia es suficiente. Siempre suficiente.
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